Texto_ Jacobo Peña Conversa – Fotografías_Robert Mathews
El mes pasado comentaba con mi amigo y director comercial de Drinksmotion, Diego Arnold, una serie de recomendaciones sobre consumo de alcohol publicadas online y que resumían las posiciones sobre límites de consumo del Ministerio de Salud británico, el Colegio Real de Médicos y el Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de los Comunes. Estas recomendaciones se podrían resumir en no superar las 21 o 14 unidades de alcohol a la semana (dependiendo de si se era hombre o mujer), dejar 2-3 días a la semana sin beber y tener en cuenta no solo la cantidad, sino la frecuencia.
Conviene aquí hacer la aclaración previa de que una unidad de bebida equivale a una bebida de entre 8 y 13 gramos de alcohol aproximadamente, pudiendo resumirlo en 10 gramos de alcohol. En este sentido, merece la pena saber también que una copa de vino suele equivaler a 10 gramos de alcohol, un tercio (30 cl) de cerveza suele equivaler a 13 gramos de alcohol y que un combinado de whisky puede equivaler a unos 15 gramos de alcohol, por poner tres ejemplos sencillos.
En mi opinión, los límites recomendados en dicha publicación son, en realidad, muy similares a los recomendados habitualmente y que parten de informaciones de la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, lo más habitual es no recomendar cantidades semanales, sino dividir tal recomendación entre los días de la semana. Así, sería más correcto recomendar para hombres un máximo de 3 unidades (o 30 gramos de alcohol puro, por ser más exactos) al día y para mujeres un máximo de 20 unidades al día. Si añadimos el consejo de dos días a la semana sin beber, tenemos en realidad un total de 15 y 10 unidades a la semana.
Esta diferencia es interesante, pues hay numerosas voces críticas que desde la ciencia señalan que 21 y 14 seguirían siendo cantidades excesivas y se corre el riesgo, al hablar de cantidades semanales de que alguien se sienta “autorizado” a consumir 14 o 21 unidades el sábado, mientras no beba el resto de la semana, cosa que es, a todas luces, consumo abusivo. Este tipo de consumo, por cierto, se suele incluir en las estadísticas a partir del consumo de 5 o más unidades en el mismo día.
Quizá sí exista un problema cuando hablamos de recomendaciones de consumo en utilizar las palabras “límites” y “recomendación”. Si bien son términos didácticos y divulgativos, pareciera al usarlos que estuviéramos hablando de un riesgo cero por debajo de tales límites o que estuviésemos recomendando un consumo cero de alcohol. La realidad, por supuesto, es más compleja. De hecho, en los talleres que realizamos para formar a profesionales y estudiantes de hostelería en servicio responsable recalcamos siempre varios conceptos básicos cuando hablamos de los límites de riesgo. Primero, preferimos usar la expresión niveles de riesgo y aclarar tanto que a partir de ese punto el riesgo es sensiblemente mayor como que no estamos recomendando beber esas cantidades, sino no superarlas. Segundo, recalcamos siempre la necesidad de tener en cuenta la frecuencia (cuanto más a menudo peor), la intensidad (cuanto más alcohol de golpe en el mismo día peor) y otros factores como la velocidad a la que se bebe (a más deprisa peor) o la comida en el estómago (beber con el estómago vacío es peor).
Hay ahora mismo un debate sanitario sobre si es posible hablar de un límite de riesgo con respecto al alcohol, cuando las pruebas científicas apuntan a que posiblemente no exista un riesgo cero. Sin embargo, el riesgo tampoco es cero en otros productos (como aceite, azúcar o grasas saturadas) y la recomendación no suele ser cero, salvo en caso de enfermedad (colesterol alto, diabetes, etc). Así, también en el alcohol, la recomendación más actual para el consumo de estos productos suele ser “cuanto menos mejor”, habida cuenta de que es tan correcto afirmar que el riesgo cero no existe como que no conocemos la cantidad exacta a partir de la cual comienza el mismo.
En ese sentido el debate seguirá abierto sobre qué nivel de riesgo es asumible como el que corremos al hacer deporte al sol (por el equilibrio entre salud y riesgo de cáncer de la luz solar), comer verdura braseada (por los benzenos) o cualquier otra actividad que consideramos normal. Las personas necesitamos en definitiva que los profesionales científicos y sanitarios nos proporcionen información veraz que nos permita orientar nuestro consumo y conocer los riesgos que asumimos.
Y la hostelería también, para poder adaptar su oferta a las necesidades y deseos de salud de los clientes, ofreciendo alternativas (sin alcohol, bajas en alcohol, oferta de comida, promociones unidas a ritmos de consumo más saludables) de la misma manera que se hace con respecto a las alergias alimentarias o las opciones vegetarianas y veganas.