El pato

Texto_Alfred Cortés

Esta mañana, estaba sentado en mi banco preferido del parque leyendo el periódico, cuando me he percatado que se acercaba un pato. Es la primera vez que lo veía, no creo que sea del barrio o quizás se ha trasladado recientemente.

La zona se está poniendo de moda, no hace mucho que estaba algo abando-nada, pero en los últimos años, se están rehabilitando edificios, abriendo tiendas y galerías de arte. Quizás es esto lo que ha atraído al pato a venir hasta aquí.

Realmente la presencia del pato me incomodaba. Normalmente a esta hora de la mañana en el parque nunca hay nadie, pasa algún que otro corredor pero por lo demás está muy tranquilo ¿Es posible que me esté este vigilando? ¿quizás está trabajando para alguna agencia gubernamental? o peor, ¿por algún país enemigo?

Café

No he visto que lleve consigo nada de lo que acostumbran a llevar los espías. Ni micros, ni grabadora ni siquiera un cua-derno donde apuntar lo que crea sospechoso. Esto lo hacía aún más desconcertante. Debe ser su forma de pasar desapercibido, pero pasa tan desapercibido que resulta extraño. Yo si quisiera pasar desapercibido haría justamente lo que hace el pato. Es seguro que estaba pasando desapercibido a ex-proceso.

El maldito pato lo estaba consiguiendo. Uno de los jardineros del parque ha pa-sado muy cerca de él y ni se ha perca-tado de que estaba. Es un maestro del desapercibimiento.

Pasaba las páginas del periódico muy lentamente, no quería que me descubriera. Es posible que solo yo haya advertido de su presencia. Quién sabe lo que estaría dispuesto a hacer el pato para salvaguar-dar su anonimato.

De repente, tras unos arbustos, ha aparecido una oca llamando la atención al pato. Hace una hora salió a comprar el desayuno y aún no había vuelto. Creo le espera una bronca de su señora…

Leonardo – historias que leer con un buen café

Texto_Alfred Cortés

Lo han publicado investigadores americanos en la revista científica más prestigiosa del mundo, Leonardo Da Vinci, no existió. En realidad fue un chino el que se hizo pasar por él. Siempre me costó creer hubiera existido alguien tan brillante. Por lo que se ha descubierto, un peregrino chino, llegó a Italia a mediados del S.XV y para poder pasar desapercibido e integrarse en la sociedad italiana de la época, se disfrazó con unas largas barbas y bigote, tal como se nos ha representado siempre la imagen de Leonardo. A ello le sumó, un sombrero que nunca se quitaba en público permitiéndole codearse con mecenas y artistas del Renacimiento, como si fuera uno más entre ellos.

Lo poco que se sabe de él es que es originario de la ciudad de Dingxi, en el centro del país, no muy lejos de la famosa Xi´an. Es fácil suponer que adoptó su nombre chino al italiano cuando llegó al país transalpino pasando del apellido De Dingxi al de Da Vinci. Una vez saltó la noticia, los expertos mundiales del arte se han afanado a repasar cada una de sus obras para descubrir los supuestos engaños. La primera pieza estudiada ha sido la famosa Gioconda. Como preveían, tras un examen más minucioso que los realizados hasta ahora, han observado que originalmente la pintura era un retrato de una señora china. Se cree que es ella, la madre del chino impostor, la que aparece en el cuadro. La pintó él mismo antes de salir del país asiático y una vez en Italia, le adoptó un aspecto occidental.

cafe

Es esta adaptación lo que provocó la enigmática sonrisa que hasta ahora había despistado a todos los grandes estudiosos en la materia. Es extraño que no se hubiera percibido antes ya que ahora cuando uno se fija bien, se ve clarísimo que la mujer del cuadro tiene aspecto oriental. Naturalmente, el Museo del Louvre se ha deshecho enseguida de esta pintura y ahora se encuentra en un supermercado de Marsella decorando el apartado dedicado a la comida china.

Tampoco sus máquinas voladoras son lo que se creía. Por lo que se ha descubierto, el chino, del que aún no se conoce el nombre real, era un experto en papiroflexia. En su país natal, habría fabricado esas famosas naves en papel y una vez en Europa simplemente las dibujó en sus cuadernos. Todos en su época quedaron maravillados, pero ahora se sabe que no eran más que figuritas de papel. Las maquetas realizadas por todo el mundo con su obra, estaban destinadas a ser destruidas, pero finalmente se las ha quedado un museo japonés dedicado al arte del Origami.

Según también se publica y aunque son datos por confirmar, los estudios preliminares que ya se han realizado del fresco de La Última Cena indicarían que la comida que hay encima de la mesa sería: pollo con salsa agridulce, ternera Kung Pao y arroz frito con gambas.En el próximo número de la revista científica, se pone al descubierto que en realidad, William Shakespeare, era un inmigrante polaco.

La camisa

Texto_Alfred Cortés

Me han regalado una camisa verde, normalmente llevo camisas pero nunca verdes, es la primera vez que tengo una camisa de este color. En mi armario hay camisas blancas, azules, negras, algunas pocas grises y de diversos tonos de marrón. La mayoría lisas, algunas de rayas y unas pocas estampadas pero ninguna es de color verde.

Las tengo ordenada por colores: a la derecha del todo las blancas, son mayoría, justo al lado las azules. Después vendrían las grises y las marrones. No tenía sentido agruparlas por camisas de manga larga o corta ya que de esta última apenas tengo algunas y son ya muy viejas. Tampoco por si son de invierno o de verano, casi todas son válidas para ambas estaciones.

No sé muy bien dónde ubicar la camisa verde. Dejar un espacio propio como tienen los otros colores solo por una camisa me parece un derroche de espacio. Es posible que sea la única camisa verde que vaya a tener por lo que no es muy buena idea dejarle todo un hueco solo para ella.Tampoco me gusta la idea de ponerla entre alguno de los otros tonos. Destacaría demasiado dentro de ese orden que hay ahora. Quizás podría crear un espacio para las camisas de color variados, donde podrían estar las camisas verdes amarillas, rojas, naranjas… Aunque ahora solo estaría la verde y no sé si algún día tendré alguna camisa con esos otros colores, por lo que a la práctica, parecería un espacio sólo para la camisa verde y volveríamos a tener el mismo problema.

cafe

Quizás, podría ser una oportunidad de abrir el abanico de colores en mis prendas de vestir. ¿No estaré siendo muy conservador solo teniendo camisas blancas, azules y algunas pocas negras y marrones? ¿No sería bueno darle la oportunidad a otros colores…?. El mundo evoluciona, la gente tiene una mentalidad más abierta, ¿será el momento de que me apunte yo también a esta ola de modernidad? No tiene por qué darme miedo el cambio, a veces es necesario salir de nuestra zona de confort, enfrentarse a nuevos retos. La historia está llena de ejemplos de personas que en su momento se revelaron con lo establecido y consiguieron grandes cambios en la sociedad. Este es mi momento, lo presiento.

Llaman a la puerta, debe ser el portero que me sube el correo:

– Buenos días, Pedro. Hace un bonito día, ¿sabes cuál es tu talla de camisa?

Japonés

Texto_Alfred Cortés

El otro día tuve un pequeño accidente con mi viejo Volkswagen alemán. No fue nada muy serio: un Toyota japonés me envistió por detrás. Sólo me golpeé con el respaldo del asiento en la cabeza tras el retroceso del choque. No tuve ni que ir al médico.

Pensaba que no habría tenido más consecuencias, hasta que llegue a casa y saludé al portero del edificio, lo hice en japonés. Creo que él se lo tomó a broma…Tras entrar en casa, intenté hablar en mi idioma, pero no podía, solo hablaba japonés. Siempre me pareció que era un idioma muy difícil y ahora resulta que hablaba un japonés fluido.

Lo malo de la nueva situación es que había olvidado mi lengua natal. Puse la televisión, pero no podía entender nada. Tampoco podía leer el periódico, me resultaba un idioma desconocido. Busqué por casa si tenía algo escrito en japonés y se me ocurrió que, quizás, algún libro de instrucciones vendría en ese idioma. Encontré el manual de una vieja radio Sanyo y sí, podía leer el japonés. Esos símbolos que tan extraños me parecían, ahora eran totalmente comprensibles.

Cafe

Con el lío del coche no pude ir a hacer la compra y no tenía cena en casa. Se había hecho tarde para acercarme al supermercado. Tendría que ir a cenar fuera, pero cómo me haría entender… Entonces pensé en el restaurante japonés que hay tres calles al este de la mía.

No había demasiada gente. Al acercarse el camarero le dije en un perfecto japonés que quería una mesa para cenar, sólo para uno. Me miró con cara de no entender nada de lo que decía y se fue a buscar a una mujer que estaba de pie, al fondo del restaurante. Volví a repetir lo que dije al camarero, pero parecía que seguían sin entenderme. Era extraño, los dos parecen japoneses, será que mi japonés no era lo bueno que yo creía ¿o es que hablo un dialecto de alguna región remota de Japón?

La mujer pareció entender lo que sucedía y se fue a buscar un pequeño libro con una bandera de Corea del Sur en la portada. Ya estaba claro cuál era el problema, no eran japoneses sino coreanos. Siempre había pensado que eran de Japón, supongo que la mayoría de la gente del barrio también…

De todos modos, pudimos hacernos entender y finalmente pude sentarme a cenar. Siempre fui bastante aficionado al sushi en todas sus variedades, pero en esta ocasión me pareció más rico de lo habitual y claro, nunca lo había pronunciado tan bien: Maki, Uramaki, Niguiri, Sashimi… Me encantaba oírme como pronunciaba Sashimi… Pedí hasta tres bandejas solo por escucharme como se lo pedía al camarero.

Al día siguiente, la cosa continuaba igual. No sé por qué tenía la esperanza que al despertarme habría recuperado mi idioma. Sin poder leer, ver la televisión ni hablar con nadie, el sábado se me iba a hacer largo. Leí tres veces el manual de la Sanyo, también el de la licuadora estaba en japonés y el de la plancha.

Creo que el manual de la plancha en japonés es más detallado que la traducción en mi antigua lengua. Indica las temperaturas ideales para el lino, algodón, poliéster… Antes siempre ponía la plancha en modo M y ya está. Ahora seguro que todo me quedará mejor.

Recordé más tarde que en la filmoteca de la ciudad normalmente había ciclos de cine de otros países, quizás habría suerte. Volví a saludar al portero y esta vez ya me miró un poco raro. Me hizo el ademán de decirme algo, pero le hice un gesto de que tenía prisa.

Estaba de suerte, en una de las siete salas de la filmoteca proyectaban un ciclo de películas dirigidas por Akira Kurosawa, el gran director japonés ganador de muchísimos premios. Eran en versión original subtitulada, por lo que podría verlas sin problema. Hoy daban ‘Dersu Uzala’ y después ‘Kagemusha’, dos de sus grandes películas. La primera duraba 141 minutos y la segunda 180… tendría la tarde ocupada.

cafe

‘Dersu Uzala’ trataba de un capitán que se pierde en medio del bosque siberiano y se encuentra con un cazador nómada con quien entablará amistad. Lo que desconocía es que estaba rodada en ruso… por lo que no pude entender nada de nada, y claro está, tampoco los subtítulos. Aunque por la cara de algunos de los que estaban conmigo en la sala, parecía que tampoco la entendieron muy bien. Los paisajes eran muy bonitos, plena naturaleza, pero 141 minutos se me hicieron un poco largos.

La otra cinta, ‘Kagemusha’ sí era en japonés y estaba ambientado en el periodo Sengoku en el Japón medieval. Había muchas batallas y engaños. Aunque era más larga, se me hizo mucho más corta que la anterior. Lo mejor fue el ataque de Tokugawa y Oda Nobunaga en el territorio de los Takeda.

Al salir, me fui a tomar un コーヒー (café en japonés), creo que mañana iré a un centro de acupuntura…

El ascensor

Hacía tiempo que en el edificio estábamos deseando instalar un ascensor. Son 5 pisos y en algunos vivía gente mayor. No teníamos mucho presupuesto, por lo que tuvimos que esperar que apareciera una oferta para poder llevar a cabo la inversión. Por fin, una mañana, mientras tomaba mi café matinal, apareció un caballero con sombrero, que nos ofrecía instalar un ascensor por menos de la mitad de lo que normalmente nos pedían.

Era la oportunidad que estábamos esperando. Por lo que nos dijo, era una empresa nueva y para darse a conocer, ofrecía a unas pocas fincas ascensores a precio casi de coste. Tenían alguna pequeña tara, pero que en ningún modo afectaba a la seguridad, por lo que aceptamos la propuesta de inmediato. En pocos días ya estaban trabajando en ello y unas semanas más tarde, el ascensor ya estuvo listo. Preparamos una pequeña fiesta de inauguración y aunque invitamos al caballero del sombrero, se excusó por no poder acudir.

Hizo venir a un chico con gorra, quién nos explicaría algunos datos sobre el nuevo ascensor. Básicamente era como todos los ascensores, pero con una pequeña tara. Haría unas indicaciones, por lo que me ofrecí voluntario para tomar nota de lo que nos fuera a señalar.

Para poder ir al primer piso, teníamos que subir al tercero y desde ahí bajar al primero. Para ir al segundo piso, llegar al cuarto y desde el cuarto si podíamos bajar al segundo. Para el último piso, el quinto, era un poco más de rodeo, solo se podía llegar desde el primero, por lo que deberíamos de ir al tercero, del tercero al primero y desde el primero subir al quinto.

Me lo apunté todo detalladamente en la libreta y propuse hacer unas pequeñas tarjetas a modo de chuleta y dárselas a los vecinos hasta que ya hubieran memorizado correctamente el recorrido del ascensor.

Cafe para todos

Para bajar, todo era más simple, desde el segundo y tercero debían de bajar hasta el primero y de ahí directo a la planta baja. Del cuarto y el quinto piso se debía parar primero en el tercero, seguir al primero y ya después, directos a la planta baja.

Pensé que lo más adecuado sería hacer dos tarjetas diferentes, una apuntando qué debíamos de hacer para subir y otra para bajar. Las haría de colores distintos para así evitar confusiones. Rojas para subir y verdes para saber cómo bajar.

Mi apartamento estaba en el quinto, por lo que debía de subir al tercero, bajar después al primero y directos al quinto. Aunque no me iba a costar mucho memorizarlo también me hice mis tarjetas. A pesar de este pequeño inconveniente para subir y bajar, todos estábamos contentísimos de tener por fin, el ascensor. Como era de esperar, los primeros días fueron los más complicados. Había quien se olvidaba alguna de las tarjetas y cuando regresaban a casa después de hacer recados ya no se acordaban como subir.

A los pocos días, un vecino vino a verme, era el del tercero B, por lo que tuvo que bajar hasta el primero y después, sin paradas al quinto. Era un semi-directo. Para bajar lo tenía aún más fácil, un directo al tercero. Precisamente, venia para comentar algo sobre el ascensor.

Me hizo notar, que todo estaba funcionando bien pero que el problema surgía cuando debía ir a casa de un vecino, sea para pedirle algo, echar la partida de cartas, que algunos de los vecinos mayores realizaban de vez en cuando, o simplemente saludar. Cada vecino disponía de sus tarjetas para subir o bajar desde sus casas, pero no como podían ir a casa de sus vecinos. La verdad es que no caí en ello cuando hice las primeras tarjetas. Era algo que debíamos de solventar urgentemente. Le prometí a mi vecino que buscaría solucionarlo cuanto antes.

Lo más práctico sería hacer unas nuevas tarjetas, que explicarían cómo llegar a cada una de las plantas del edificio. Para que fueran más fáciles de distinguir, haría una de cada color. Cada piso tendría asignado uno distinto, sin utilizar claro está, ni el rojo ni el verde que ya utilizábamos en las tarjetas personales de cada vecino. Hice de amarillo las tarjetas para llegar al primer piso, marrones para el segundo, naranjas la tercera planta, grises la cuarta y azules- que es mi color preferido- la quinta.

Enseguida que tuve listas las tarjetas, convoqué una reunión de vecinos. La hicimos en la planta baja ya que todos teníamos la tarjeta que nos decía como llegar. Agradecieron mucho les hubiera dado una solución al problema que se había generado y estaban encantados con las nuevas tarjetas, todas de colores distintos para así evitar confusiones. Alguno comentó que les haría un agujero para pasar una anilla y llevarlas a modo de llavero, otros que las plastificarían para que no se estropeasen…

A los pocos meses tuve que dejar el edificio, por trabajo, me trasladaban a otra ciudad. Pero antes de marcharme, hice una copia de todas las tarjetas, es posible que un día pase a visitar algún antiguo vecino…