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HISTORIA DE UN CAFÉ, por Alfred Cortés

Un buen café
Un buen café

 

Mi amigo Giacomo, es de los que no les importa andar un poco más para buscar una cafetería donde ofrezcan un buen café. Eso es lo que hizo hace unos días cuando se enteró de que en uno de los locales que había descartado por tener un mal café, habían decidido cambiarlo. Ahora tenía mejor fama precisamente por ofrecer un buen producto italiano. Al entrar, uno ya se daba cuenta del cambio. Desaparecieron aquellas horribles tazas enormes y planas donde prácticamente es imposible que se mantenga una buena crema; en cambio,  ahora, tenían una bonita vajilla de diseño y con una taza cónica. Los molinos estaban limpios, eran los mismos, pero alguien les diría que el café desprende aceites y que sería bueno limpiar la tolva de vez en cuando para no estropear el grano nuevo. Tampoco estaban a rebosar, el mejor estado de conservación del café es su propio paquete por lo que es mejor ir llenando el molino a medida que necesitamos café.

La cafetera también estaba reluciente, al igual que sucedía con los molinos, era la misma, pero quizás les habían advertido que limpiar la carrocería de la cafetera con el misma bayeta que limpian los vaporizadores llenos de leche no es una buena opción. También estos últimos estaban relucientes, desapareció esa bola de leche incrustada en el extremo de la lanza de vapor. El café salía despacio, como una cola de ratón y no a borbotones como hacia hasta bien poco.

Decididamente algo había cambiado, los camareros eran los de siempre pero ahora parecían unos verdaderos profesionales, se terminó el darle dos golpes al molino para hacer un café, la carga ahora parecía precisa y con una dosis correcta. Preparaban el café solo a la justa medida y no llenando la taza hasta arriba. Había desaparecido el trapo encima de la cafetera, el cual evitaba se pudiera airear como es preciso y los portas estaban siempre en su sitio para que, de esta manera, tuvieran la temperatura correcta.

También habían decidido poner bien visible la marca de café, ya que apostaban por un producto de calidad y era bueno el cliente lo supiera. Habían modernizado las cartas y para alegría de Giacomo por fin habían escrito bien la palabra cappuccino y lo que es mejor, habían aprendido a hacerlo correctamente.

María llevaba desayunando en ese establecimiento muchos años, es el que tiene más cerca del trabajo y con sus 10 minutos de pausa, no daba como para ir mucho más lejos. Se acercó a la barra y pidió su café de todos los días, un café con leche condensada, muy típico del Levante español donde le llaman Bombón. Se trata de poner a partes iguales en una taza o vaso de cristal un café solo y leche condensada. Sobra decir que se trata de una café muy dulce. Como venía haciendo todos estos años, no solo le bastaba con esa cantidad de leche condensada para endulzar el café sino que también le añadía un sobre de azúcar, a veces dos.

Mi amigo Giacomo no pudo resistirse a preguntarle por qué hacía eso y si no le parecía suficientemente dulce ya el café con la leche condensada. Su respuesta es que encontraba el café muy amargo y fuerte y solo con esa cantidad de azúcar podía tomárselo. Mi amigo que entendió rápidamente lo que sucedía, le encomió a probar este nuevo café solo con la leche condensada sin añadirle el sobre de azúcar. María aceptó el reto….y vio que con la leche ya era más que suficiente.

Lo que le pasaba a María es algo que sucede no solo en el Levante español sino en otros muchos lugares donde el café es de tan baja calidad que solo maquillándolo con mucho azúcar o leche es pasable. No es por otra cosa, que más del 70% de los cafés que se toman en España son con leche, sea cortado o café con leche.

Una taza de café seguro ha sido testigo de reuniones importantes y que habrán pasado a la historia, también de multitud de primeras citas, reencuentros con amigos, comidas familiares y quién sabe si también del inicio de una buena amistad entre María y Giacomo. Solo por ello, valdría la pena poner todo nuestro empeño en cada taza que café que servimos en nuestro establecimiento.

Alfred Cortés

 

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